«No he podido oír a Lorca», escribe Miguel Hernández a su amigo Ramón Sijé en 1932, tras su segunda visita a la capital española buscando amparo para sus versos. El joven pastor partía a Madrid con la esperanza de leer sus poemas entre los círculos literarios y de conocer, así, a Federico García Lorca, quien representaba para el oriolano toda «una nación de poesía». Sin embargo, Madrid no le deparó más que silencio y frustración, por lo que se ve obligado a regresar a Orihuela con su primer poemario entre las manos.
Aun así, y tras la desilusión madrileña, pronto encontró Perito en lunas ese cobijo que buscaba: sería el poeta y periodista murciano Raimundo de los Reyes quien se decidiera a publicar el primer poemario de Miguel Hernández en la colección Sudeste, un «Cuaderno murciano de literatura universal» que él mismo dirigía junto al periodista José Ballester y al poeta Antonio Oliver, ambos de procedencia murciana.
Murcia: cuna de poetas
Era enero de 1933, y Perito en lunas se imprimía en los talleres de La Verdad, diario del que Raimundo de los Reyes era redactor jefe. Miguel Hernández realizó varias visitas a estos talleres para supervisar la salida del libro, y fue en una de esas visitas a nuestra tierra cuando sucedió el encuentro: Federico García Lorca y Miguel Hernández se veían por primera y última vez.
El granadino visitaba Murcia con el grupo de teatro universitario La Barraca, representando La vida es sueño, de Calderón, en una ruta literaria que abarcaba Alicante, Elche y Murcia. Miguel, por su parte, se preocupaba de la impresión de su libro. Raimundo de los Reyes fue quien los presentó, animando a García Lorca a escuchar al joven poeta recitando las galeradas de su Perito en lunas.
Por aquel entonces, Federico era ya «el gavilán más alto» en la concepción española de la poesía, como lo define Miguel, quien, por otra parte, apenas empezaba a dibujar su voz.
Tras recitar algunos de sus poemas y recibir los elogios por parte de Lorca, Miguel Hernández exclamó, emocionado: «¡Con que soy el primer poeta de España!», a lo que el granadino responde: «Hombre, no tanto, no tanto…».
Fue en ese momento en el que comienza la relación entre ambos, que no podemos calificar sino de epistolar, ya que, tras el murciano, no hubo ningún otro encuentro entre el pastor y el gavilán.
Tan sólo nos quedan las cartas: por un lado, cinco epístolas que Miguel envía a Lorca, pidiéndole que se ocupe de su Perito en lunas en la capital, que «le comprenda»; por otro, una sola carta con que Lorca responde, alentando al oriolano a seguir luchando, leyendo, escribiendo, a aprender «de ese terrible aprendizaje que le está dando la vida».
Sin embargo, ante las siguientes cartas de Miguel, que finalizan en febrero de 1935, tan sólo el asesinato de Federico le responde, en agosto de 1936.
Miguel Hernández, que encontró, tras su muerte, los elogios que tanto había buscado en la capital, siendo desde entonces «viento del pueblo» para tantas voces, se despide de Federico García Lorca con la última carta que podía enviarle, su «Elegía primera». En ella recuerda, una vez más y pese al silencio tras el encuentro murciano, que el mundo entero había perdido «el más grande rugido» de la poesía española.
Y parte de todo esto ocurrió en Murcia, cuna de grandes artistas, y así quedará en la historia reflejado. Si te ha gustado este artículo ¿Por qué no lo compartes? ¡Nos encantaría!
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