Ayer, a eso de las 11 de la noche, abrí la puerta de casa y salí fuera. Murcia me esperaba como siempre, con sus luces y su buena temperatura. Un poco más fresca que la de éstos últimos días.
Sus calles tienen un encanto especial a ésta hora. Hay poca gente, poco tráfico, y puedes recorrer sus arterias principales con tranquilidad.
Despues de remontar la calle Trapería, casi sin gente, y con los bares cerrando ya sus puertas después de una larga jornada, me adentro de lleno en la plaza de la Catedral. Allí, como casi siempre a ésta hora suenan las notas continuas de un solitario acordeón frente al edificio Moneo. Las terrazas aun tienen gente, y tanto la Catedral como la fachada de Cardenal Belluga están salpicadas de una luz tenue, magnífica, que reviste aquel rincón inigualable con una calidez auténtica.
Dejando atrás la plaza de la Catedral llegamos a la plaza del ayuntamiento, donde nos da la bienvenida el sonido tranquilo de las fuentes iluminadas
Nos abrimos camino entre ellas, y atravesamos sus jardines bellamente revestidos de flores para asomarnos a la grandeza de una gran vía que se extiende ante nuestros ojos.
Siempre merece la pena llegar hasta el puente de los Peligros y observarla, durante un instante, llena de luces.
Continuamos el paseo junto al río dirección puente de Hierro. Es una zona muy tranquila, y a penas te cruzas con gente a éstas horas. Desde allí observas la torre de la Catedral iluminada coronando los tejados de la ciudad.
El edificio de Convalecencia aparece entre los jardines oscuros destacando en este entorno por su arquitectura y por la iluminación.
Finalmente, el puente de Hierro nos espera ya en el Horizonte. Dibujado entre luces y focos cenitales en el suelo, dándole un aspecto señorial y poético. Algunas personas lo cruzan aun, tal vez para dirigirse a sus casas, o simplemente paseando como hago yo, disfrutando de las luces, la tranquilidad, y el encanto de una noche murciana.
Murcia se hizo para caminar sobre ella. Hazlo y descúbrelo.
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